Hablamos de los muchos yoes existentes dentro de cada uno de nosotros. Una manera más fácil de describirlos es llamarlos "estados de ánimo". De vez en cuando sería conveniente detenernos un momento y preguntarnos: "¿Qué estado de ánimo me habita justo ahora?"
Otra manera de decir sería: "¿Qué pasajero se me subió al taxi en este momento?". Es beneficioso que nos demos cuenta de qué manera fluctuamos anímicamente durante las más o menos dieciséis horas de vigilia.
Un estado de ánimo o yo depresivo nunca tropieza con el yo alegre y satisfecho de vivir. Un yo temeroso no conoce ni de nombre al yo audaz. No se trata de intentar que se encuentren, es imposible. Pero sí podemos irlos conociendo sucesivamente.
Además de llegar a conocer a nuestros "yoes", debemos admitir que los otros también los tienen. Una persona que nos recibió cálidamente un día, poco después nos atiende con gran indiferencia. ¿Qué hicimos para merecer ese cambio de trato? Nada, simplemente esa persona pasó de un yo a otro.
Debemos hacer el inventario de nuestros muchos yoes. Nos ayuda haber estudiado nuestras emociones negativas. Cada una de ellas se encarna en un yo. Están el yo que se autocompadece, el yo que critica a los demás, el yo que intenta justificar todo lo que hace, el yo resentido, el yo iracundo, el yo celoso, etc., etc.
Esto no quiere decir que no existan yoes positivos; pero es conveniente empezar por estudiar los negativos, porque ocupan la energía que necesitarían los yoes positivos para desarrollarse y, por lo tanto, obstaculizan nuestro crecimiento personal. Además, son perjudiciales para nuestras relaciones con las otras personas. Si nos esforzamos, podemos prescindir de ellos, con gran beneficio para nosotros y para los demás.
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