lunes, 7 de diciembre de 2009




Origen de la Metafísica


Se sitúa en Grecia en el siglo III A. de C. y sus enseñanzas se atribuyen a Aristóteles, en sus obras aparece por primera vez la palabra Metafísica, que etimológicamente quiere decir "más allá de lo físico", aquello invisible, intangible, eterno. El término fue creado por Andrónico de Rodhas, quien en el siglo I A. de C. recopiló estas enseñanzas.

Para otros autores los conocimientos metafísicos pertenecen al primer gran Maestro de la humanidad llamado Enoch, descendiente de Adán y padre de Matusalén. Afirman también que el propio Jesús, el Cristo fue instruido en las enseñanzas de Enoch. A este Maestro de Sabiduría se lo disputaban los grandes pueblos de la época y lo nombraban en su lengua, para los egipcios fue el dios Thot (el dos veces grande), para otros fue el Escriba de los dioses; en Grecia lo llamaban Hermes Trimegisto (tres veces grande), para los fenicios fue Cadmus, el cinco veces grande, pero Enoch era en realidad de raza judía, y era un iluminado, un verdadero sabio, escribió de todo, desde matemáticas (en ese entonces se la llamaba geometría) hasta la Cosmografía, pasando por la Kábala y el Tarot.

Existen muchas definiciones de Metafísica, he aquí algunas de ellas: "Es la parte de la filosofía que trata del Ser en si mismo, y de sus propiedades, principios y causas primeras".

"Metafísica es la ciencia que sostiene la Sabiduría de todo lo que está más allá de lo percibido en los sub-planos sólido, líquido y gaseoso de la región física del plano físico cósmico".

Para nosotros intentar definir una enseñanza como la Metafísica, es querer encerrar en un concepto humano conocimientos pertenecientes al infinito reino de Dios, entonces nos afiliaremos a quienes la califican como una práctica científico-filosófica basada en el Amor Universal, en el Bien, la Paz y la Armonía entre todo lo que existe, animado y aparentemente inanimado, y sobre todo, en el Amor entre los seres humanos, suprema creación del Padre Eterno.

Somos hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, por lo tanto creadores de nuestro propio destino.

Por ello, más allá de nuestras deudas kármicas, somos responsables en gran parte de lo que nos pasa en esta vida terrenal, debemos hacernos cargo de nuestros errores y no responsabilizar a Dios de sus consecuencias.

Debemos recordar siempre que somos muy amados por Él, sin distingo de género, razas o condición social, y que siempre está con nosotros y dispuesto a ayudarnos en toda circunstancia y dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos.

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